lunes, 24 de mayo de 2010

Libaldías alegría

Corre por el cemento inanimado como con pies de plastilina. No tiene reloj. Corre tanto que se le descuelga la boca de los pómulos por tal felicidad que lo estremece de pelo a uña, suelta algunas carcajadas dulces, como salidas del jugueteo de un dedo que remolinea el aire posado al estómago. Como mariposas coloridas a cual ala se le venga a la mente revoloteando por los ojos hacia adentro, de esos que se abren y pestañean cosquilleando cada instante que se deslice por el justo río claro. Como un hilo de sol (dulce) acomodándose en la frente hasta llegar al otro lado de la serenidad de sus pies de plastilina casi arcilla al fondo del mismo justo río claro. No necesita reloj. Solo se recuesta hasta volverse verde, muy verde, tan verde que le llegan al tímpano bajos palabreríos de la arboleda por sobre, debajo y dentro de sí. Libaldías alegría como una idea descabellada de libertad en la palma de la garganta. Detrás de las orejas. Plenamente. No hay nieve pero cree volarse cuando late la tierra a sus ojos de canica adorando un objeto de particular tamaño que brilla. Se recuesta hasta ser verde, muy verde, tan verde que su cuerpo se levanta y se le olvida el alma. Libaldías alegría camina dentro del mundo luego de haberla plantado en el ala de una mariposa cuyas raíces ya se abrazan a los hilos solares por sobre, debajo y dentro del río, y la carcajada, el pelo la uña, el dedo al aire, la oreja la tierra la garganta, que el pestañeo que cosquillea que todo se estremece claro y dulce desde la palma calma a los pies de plastilina que se elevan del cemento lo antes posible a una especie de cielo descolgándosele de los pómulos. Libaldías alegría parpadea y se lleva consigo cierto par de colores en una tetera para volver y regarla la semana entrante a primer latido sobre la frente. (Ahora)
Marcha nuevamente con las agujas clavadas en la sien.

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