viernes, 26 de agosto de 2011

Se trata del pájaro.

Crepitar el océano entero al ras de la memoria en el momento preciso de sentarse al filo del aire frente al abismo con el pecho entre las manos desplumándose mientras otro pájaro observa y enmudece. Un corazón dado vuelta a los confines subterráneos, hundido sobre la tierra y los ojos que se someten a la locura de permanecer despiertos el tiempo que transcurra cada latido en línea recta al pálpito como si el cerebro pudiera hacer que por fuerza mayor el corazón retornara al plumaje y que al pájaro observador le volviera la voz, como si la mirada pesara cien años y fuera más sombra que la noche desenvuelta en aquellos rostros delicados que prendieron de supervivencia el cuerpo humano en desespero el cuerpo animal sometido a la respiración constante dentro del agua el océano externo y un fuego negro creciendo lento en el plumaje bajo tierra No hay quien sepa inhalar el fuego. Exhalar el corazón. Contraerse de manera mínima en las posiciones que ofrece la tierra ser barro o ser nada el pájaro se despluma conforme el pecho se recubre de la reminiscencia pasada que llevó el gris de la infancia a un viaje exhaustivo por cierto ríos de sangre inmóvil donde se tiene uno entre las manos como un pez que nada lleno de nostalgia lleno de suplicar por agua y asentarse sin embargo en las mudas visiones del universo, que nos observa con ojos autómatas miradas diluyentes que nos reinventan en una sinfonía táctil la ausencia nos observa y el pájaro se despluma No hay quien respire el fuego o tenga el redoble verbal necesario para adentrarse en la tierra canto de océano latido de pluma pájaro mudo Yo busco mis manos y suelto los ojos/ he tenido la certeza animal de verme desde el fondo, desde los origines del silencio que me dejaron muda en medio del aire frente al abismo que me mece o me sustrae con el pálpito entre las manos y una infancia que transcurre gris entre los ríos de mi sangre donde me incendio el plumaje entero a través de rostros que me miran rostros que se fueron un pájaro me mira, canta. Hasta que cae cien años la noche y su sombra arrastra el corazón bajo el barro que amanece.

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