miércoles, 1 de septiembre de 2010

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Entonces ya no pude soportarlo y me salí de mí y me tomé por ambas manos y me abracé como a quien nace por llanto último de encontrarse al filo de la noche en la vigilia. El grito fue del cuerpo que no era el mío y algo tembló en la sutil transparencia de quien me abrazaba de miedo.

Era un miedo desesperado pero yo ya había visto la mañana sumergida como un fuego salvaje entre las sombras.

(Yo esperé.)



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