jueves, 20 de octubre de 2011

Matilda.

"Está acá y nos acaricia. No queda más que dejarse acariciar."

Beatriz Mengual.



Será que te he visto Madre

callada, quieta

sumida en el auténtico desarme

como si no te pasara nada Madre

te he visto


Sembrada sobre el ocaso esperando

hora tras minuto tras luna de desespero

la llegada del día

del que no vendrá

sosteniéndote el corazón con una mano

como si no supieras dónde guardarte

el amor entero que darías

al cuerpecito callado detrás de la ausencia

donde te late la herida


Será que te he visto Madre

con el rostro caído

y el pecho hinchado

del cansancio contínuo

Será que te he escuchado

- sin que me hayas visto quizás

todo el llanto entre los labios pálidos

La noche ahogando hondo sin tu sueño

en todo el río que te lleva

a estas tardes

donde el sol

nos somete a mirar por la ventana y fundirnos eternos

en la espera.


Será que te he visto Madre

Arderte en la herida más grande

renombrarte entre los límites de la Necesidad

vagar por las noches insomne

Dolíendote hasta el respiro

Sin decir una palabra



Será que te he visto,

Madre

llorar de sol a sol

sin que yo pudiera

Acariciarte el aire

o robarme lo que sufres

cargarme tu desvelo

para que pudieras

al menos

Recordar por un segundo

que aún parada

en el corazón del duelo

enredada entre las sombras

o sangrando entredormida Madre

todavía

es que amaneces

viva



O será que te he visto, Madre,

será que he reconocido y edificado

el reflejo de tus ojos aplumando el vuelo,

la quemadura constante,

La piel que tiembla ante el desamparo

de la miseria, de la sed

y la ausencia



Pero te juro Madre

Que aunque nos duele hasta la última gota de la célula

- te siento amarme y sonreirme leve

de no sé dónde

de donde quedas

y te obligas al tiempo

De donde no existes y aún cantas

haciéndote lumbre Madre sin saberlo

Y yo te miro con ojos de no entender

cómo es que a pesar de tanto desarme

en las lagunas de la nostalgia

el agua colmando

el cuerpo hasta el alma

sobre la sed insaciable

a la deriva de algún lejano dios


Aún te brotan alas

Y te sobra el aliento


Para hablarme

del Amor.







Juana nada.

Juana se adentra en las profundidades del océano nocturno y su cerebro se desprende entre las aguas para fecundar la creación. Un óvulo a media sombra la sangre azul entre sus pulmones que respira el agua, respira el agua, y se sumerge entre las palpitaciones de lo eterno que la mecen sin saberse viva sin saber las palabras que pronuncia a cada boca el paso intermitente de la muerte. No lo sabe. No sabe más que el perfil que dan los ojos de las criaturas cuando entregan su corazón entre las manos no sabe más que la caricia suave al horizonte. Juana nada y se adentra en las profundidades de sí misma y llora, llora cinco ríos trece luciérnagas siete días en transición del alma en coma disminuida a la experiencia de verse el cuerpo dado vuelta reflejado como si fuera un espejo verse el cuerpo cuando uno acerca el océano al borde del párpado y ve que se yace allí dentro, bien al fondo/ Donde todos y cada uno de nosotros deberíamos estar. Donde todos y cada uno de nosotros deberíamos entregar el alma uno a uno mano por mano entrelazándonos las uñas la sangre desprendiéndonos del sexo sobre la cabeza de algún Dios común Juana se ve respirando, respirando en el espejo como si sostuviera el cielo con las manos y las criaturas brillan ni bien se reintegra de a retazos un halo de luz por entre sus sombras. Nadie la ve Juana se estremece y tiembla. Un ala de libélula que se quiebra para que su piel sienta el rocío de los gritos más profundos, gritos que se hunden entre las invisibilidades que cuelgan de su nuca, en el silencio de toda cosa alerta ni bien se inicia la noche y Juana invoca el desierto: Vocablos que se revuelan entre cada rincón del aire Juana los observa y los toma uno por uno sin saber la edificación del bosquejo de sus huesos su estructura frágil que se sostiene entre los hilos del agua. No los sabe, no sabe que su garganta pende de un hilo que vibra las multitudes sonoras al compás de su aliento frío, su voz entredormida y entonces amanece. Juana amanece hacia dentro y todos los rayos la socorren primero por el contorno de sus labios y seguidamente le hacen un nido donde mantiene los párpados de pie ante la vida que propaga. Juana nada la nostalgia entera de su cuerpo entumecido cuerpo que no soporta cuerpo puro de las aguas que se enredan y se abrazan buscando la conmoción que les de una persona para constituirse y una luna de doce vértices donde habitar. Las criaturas se poseen entre destellos celestes y luces rojas luciérnagas rojas cuerpos del agua libélulas en la pupila y un espejo que se deshace, y más allá en el infinito un universo de cronologías constante donde yace un óvulo a media sombra y Juana no existe aún no respira, Juana nace. Juana nada.


sábado, 1 de octubre de 2011

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Sí, sí lo viste. Lo viste bastante amarillo cuando entraste en esa sala y estaba tendido sin ropa sobre la camilla, sí lo viste. Lo viste y te acercaste y acariciaste su pancita tibia, que estaba todavía blanda porque lo moviste para ver si se despertaba y sí todavía estaba blanda. Sí lo viste porque acariciaste su pelito y sentiste la profundidad de la herida en la parte superior de su cabeza, ese agujerito que tocaste, ese que después te miraste la mano y te quedaste con su sangre entre los dedos. Sí lo viste porque detrás de la imagen de su cuerpito veías el piso con dos grandes manchas rojas y no entendías. Pero sí lo viste. Lo viste y prestaste especial atención a su carita adormecida, su frente limpia, la quemadura en la mejilla, bajo los labios, sus dientecitos asomando casi como si quisiera sonreírse. Y así lo miraste, lo miraste tanto tiempo con su manito entre tus manos llena de rasguños, de tierra, de juego, de tanta infancia y tanto amor, que te costó soltarlo cuando lo cubrieron de pies a cabeza. Sí lo viste porque lo acompañaste bien al lado mientras lo trasladaban de una sala a la otra. Y sí pasó porque te fuiste por los pasillos fríos y claros del hospital y te subiste al auto, y en eso no pensabas pero llegaste a tu casa y buscaste su ropita. Sí, subiste las escaleras y caminaste hasta su cajón, su pieza todavía estaba tal como la había dejado con las sábanas dadas vueltas y la ropa de ayer desordenada, entraba una luz clara por la ventana , y elegiste la remerita que vos le regalaste porque a él le gustaba, tanto le gustaba que elegiste esa, y la camisita que usaba para salir, el jean que le quedaba más cómodo, las zapatillas más nuevas, todo todo y volviste al auto, al hospital. Sí lo viste porque lo destapaban lentamente y lo mirabas bien, cada facción, cada gesto de su rostro al aire y veías su naricita, sus párpados entreabiertos, su cuerpito enfriándose al llanto de unas seis personas que lo vistieron con vos. Sí lo viste porque le pusiste su pantaloncito y las medias, porque ayudaste a acomodarle la remera, porque le ataste el cordón de la zapatilla en su pie derecho porque lo miraste de nuevo y te pidieron que salieras y ahí estaba tu mamá tan desarmada, ella que no quiso hacer lo que hiciste, que no quiso vestirlo una última vez, ella estaba ahí más desarmada que vos a pesar de dónde venías. Y sí lo viste, lo viste porque lo llevaron de nuevo y cuando entraste a ese lugar tan colmado de gente te acercaste y ahí estaba, al fondo de todo, al fondo de todos ahí estaba, a pesar de de su frío y más allá de su cuerpo tan estático su vientre tan de piedra su carita siempre suave, ahí estaba y todavía parecía que dormía, parecía que iba a despertar en cualquier momento, que iba a abrir los ojos y si lo viste porque lo esperabas; esperabas a que se moviera, esperabas un mínimo gesto de sus manos, una voz dormida de sus labios, esperabas que volviera a decirte que no te asustes, que él estaba bien, que no iba a volver nunca más pero esperabas que se despertara y te dijera al menos que te amaba. Sí, sí lo viste, hasta que se hizo de día te quedaste mirándolo, apretando su manito, observando las cosas que le dejaron, su pelota de tenis, un par de cubiertos para el asado, flores muchas flores cientos de flores ahí dentro, en las paredes, en cada mano, y de repente alrededor estaba lleno de nenitos, nenitos como él, lo viste porque te diste vuelta y eran sus amigos que ahí estaban y lloraban y le decían Adiós y entonces no entendías porque vos también llorabas, con el pecho desgarrado y la garganta rota de tanto silencio, con un dolor a flor de piel que te quemaba hasta los huesos, con la cabeza cayéndosete de a pedazos y ni te dabas cuenta . No entendías nada, pero lo viste, sí lo viste todo es cierto ahí estaba, estaba el auto, las zapatillas, la sangre, sé que todavía no entendes nada pero creelo porque sí lo viste, Porque todavía te distraes y te perdes en el aire y ya lo ves, lo ves ahí de nuevo, su cuerpito, su carita, su silencio, la ropita, sus manitos, tu caricia, lastimado, amarillento, frío, sobre todo frío y ahí lo ves, Ahí estaba, el auto, las zapatillas, la bicicleta, la sangre, la huella, la frenada, los testigos, los amigos, tu madre, tu padre y una persona que sentada frente a un juez decía:

“Yo no lo quise matar.”